PREGÓN DE LA FIESTA'L POTE DEL AÑU 1989
por
AUDILIO GONZÁLEZ ROZADA
El Cantu les Mates, vienres 25 d'agostu


     Una vez más, como iniciación a nuestras tradicionales y esperadas fiestas del Pote, en honor de San Bartolomé, se inicia con este acto preliminar, el desarrollo del programa festivo del presente año.

   Como preámbulo, quisiera hacer un pequeño paréntesis, para manifestaros mi intención de expresar algunos nombres, tal como son denominados por nosotros, en nuestro bable peculiar; así como mencionar, digamos por su apodo, a determinadas personas para que sean mejor reconocidas por todos. Ofrezco anticipadas disculpas, por si alguna de ellas o algún familiar se sintiera ofendido, pues ello está muy lejos de mi intención, por el aprecio y consideración que todas me merecen y amistad con la que muchas me corresponden.

    En el transcurso del tiempo, fueron cumpliendo con esta ocupación diferentes pregoneros, que con brillantes exposiciones sobre este terruño nuestro, costumbres y actividades nuestras, personajes nuestros y carácter nuestro, aportaron con su colaboración, señorío y solera a nuestra romería, pudiéndose afirmar que todos, por su galanura, y en ocasiones por su fina, ocurrente y graciosa ironía, se hicieron merecedores de nuestro reconocimiento y de nuestra gratitud.

    Por mi parte, como parroquiano de nacimiento y de residencia durante bastantes años, me encuentro hoy aquí, atendiendo la invitación de la Comisión de Festejos, con el deseo de superar la responsabilidad que esto supone, pero sin la seguridad de poder conseguirlo, toda vez que, el significado más antiguo de “pregón” es el de alabanza o elogio público de algo o de alguien, y por la trayectoria parroquial de los últimos tiempos, será preciso mencionar aspectos que no coinciden precisamente con esa manifiesta misión de un pregonero.

    Con referencia a ellos y como simbólico homenaje y representación de todos, quiero manifestar desde aquí, entrañable recuerdo de respeto y admiración, al que creo fue primer pregonero de nuestras fiestas, tanto por este hecho en sí, como por su ejemplar ejecutoria humana, modélica actuación profesional e incidencia que tuvo en el desarrollo cultural de nuestra parroquia.

    Ya supondréis que me estoy refiriendo al ya desaparecido don Juan José Calvo Miguel, casín de nacimiento, residente durante la mayor parte de su vida en Sotrondio, y extraordinario profesor, que muchos de los aquí presentes habréis conocido, tratado y apreciado.

    Él fue el que, con sus sabias orientaciones y enseñanzas, impartidas en la entonces famosa “Escuela Calvo”, a la que me cupo la suerte de asistir y honor de tenerlo como maestro, propició la preparación de muchos vecinos nuestros que, gracias a tal formación, desempeñan hoy cargos de responsabilidad profesional, en diferentes estamentos de la sociedad, con lo que realzan nuestra parroquia y nos enorgullecen a todos los que en ella viven o en ella nacimos.

    Como acabo de mencionar, con la desaparecida personalidad de don Juan José Calvo, se introduce en nuestros programas de fiestas la figura del pregonero, que a partir de entonces, supondría un aliciente más en el desarrollo de las mismas, aumentando si cabe, el atractivo y poder de convocatoria que las hacen ser conocidas y esperadas con gran ilusión, año tras año, no solo por las gentes de nuestros pueblos, sino por las de otras parroquias, que en tales fechas nos acompañan, para disfrutar de la cordial hospitalidad y alegría, que siempre les brindamos con espontánea naturalidad.

    Y esta tendencia a participar en nuestra romería es así, porque como todos sabemos, en estas fechas veraniegas se celebran muchas fiestas por toda nuestra geografía, pero asimismo sabemos que no todas son iguales y que las que fundamentalmente atraen la atención del romero son aquellas que reúnen ciertas peculiaridades, que por su encanto y singularidad las hacen ser especialmente distintas, o mejor, parangoneando la famosa frase sobre España: diferentes.

    Entre estas características, deben contar al menos facetas tales, como el tener:

    - Una particular tradición reconocida.

    - Una belleza paisajística natural.

    - Unas gentes laboriosas, agradables, de contrastada receptividad, y

   - Una juventud emprendedora, alegre, atractiva, con gran afabilidad, e incansable en la folixa festeril.

    Pues bien, todas ellas se pueden apreciar esplendorosamente en las fiestas que ahora iniciamos.

    No quisiera detenerme en la narración pormenorizada del origen de nuestra parroquia y romería, por creer estar fielmente expresadas en las documentadas disertaciones, aún recientes, de pregoneros anteriores; pero sí decir que su solo nombre demuestra en forma rotunda su tradicionalidad. Con sólo mencionar “Fiestas del Pote” ya no harían falta más argumentos justificables.

    No obstante, lo que respecto a esto se advierte es un proceso de evolución, que se viene produciendo en ellas con el paso del tiempo, en parte, como consecuencia principal del avance tecnológico.

    Ya no son aquel remanso bucólico de antaño, en el que el bullicio propio de las mismas sólo se sentía gratamente turbado por las alegres notas de la gaita y repicar del tambor; épocas que fueron evolucionando lentamente, hasta llegar a compartir la misión de hacer sudar el chaleco a la juventud, con música orquestal, como ya ocurría en la etapa de la extraordinaria pareja formada por Sabino y Machacón, y otras posteriores, que ya alternaban su tiempo de interpretar música de bailes ligeros, con la de orquestas de tanto relieve como eran la Langreana, Marimbas Punto Azul, más tarde Pocovi y sus Norteños y la nuestra, Peral, que no desentonaba un ápice al lado de ellas y otras conocidas.

    La original y llamativa estampa del pote, de ahí el nombre de las fiestas, sobre “unes trébedes” o colgado de “unes calamilleres”, a la sombra de “les ablanares”, que en gran parte bordeaban el campo de la romería, fue desapareciendo poco a poco, dando paso a esa lenta transformación, que en la época actual se manifiesta en los elevados sonidos de sofisticados altavoces, y además de otros artilugios, en la masiva afluencia de toda clase de vehículos que, por todo ello, cambiaron la presente situación por la placidez que tuvieron en épocas pasadas.

    Con optimismo hay que esperar y desear sea para bien, y no ocurra como con la estupenda nevera natural que teníamos en el “prau”.

    La fontona, que emergía en él, era insustituible en tal aspecto, por lo que casi todos los chigres estaban situados en el espacio que comprendía la presa, llena de su agua fresca, que cumplía el cometido de poner en el punto ideal de temperatura toda clase de refrescos y bebida, muy solicitada a poco que el sol apretase algo.

    Ello era muy bien considerado en la adjudicación de parcelas por las Comisiones de Fiestas, de las que con satisfacción se puede decir que siempre contaron con entusiastas y eficaces componentes y colaboradores. Tal fue el caso de Benigno, del Río Cerezal, en el que se dio la paradójica circunstancia de coincidir su entierro con el día grande del “Pote”, dándole sus deudos y amigos, como homenaje a tanta dedicación, una vuelta al “prau” a hombros, cuando era llevado al cementerio.

    Respecto a estas Comisiones, cabe también un elogioso recuerdo a los que las presidieron e integraron en diferentes épocas, que quisiera representar en las persona de dos de sus grandes rectores y parroquianos de pro, aunque diametralmente alejados en el ejercicio del cargo.

    El uno, Ricardo Álvarez González “Ricardo Payega”, por ser el primer presidente de las fiestas allá por el año 1928, con todo el trabajo que tal iniciativa novedosa conllevó; y el otro, Manolo Viña, último hasta ceder el testigo al actual, por la labor que durante muchos años realizó como presidente de las mismas y sin cuyo concurso, en varias ocasiones difíciles, habríamos quedado sin disfrutar de estos tradicionales festejos.

    En cuanto a la faceta de nuestro paisaje, se puede afirmar que Santa Bárbara es un territorio de relieve muy irregular, enmarcado en el entorno natural de lugares que abarcan básicamente la gama del variado verdor de nuestros campos, hasta el suave ocre de la hojarasca y arbustería otoñal.

    Todo él está rodeado de hermosas y onduladas montañas, a excepción de la salida natural para el río, nominado con el mismo nombre de la parroquia, que la cruza de Suroeste a Nordeste, formado por el agua fresca y cristalina de sus abundantes manantiales, y que en su último tramo, nos une con la capitalidad del concejo, en la parroquia de San Martín, de la que como es sabido, la nuestra se separó, hace algo más de un siglo, siendo denominada, por los habitantes de la primera, con cierta cadencia despectiva: HIJUELA, nombre que en la actualidad, se pronuncia muy esporádicamente y ya sin tanta tendencia de subestimación.

    Dentro de estas montañas, entre las que podemos reseñar alturas, conocidas por todos, como el Artusu, pico Tres Concejos, (que con algo más de mil metro, es el más elevado del municipio), picu Colláu Piedra y Cordal o Llomba de la Verde, entre otros, reposan tranquilos caseríos, cuyos primeros habitantes, no es ilógico suponer que, siguiendo la costumbre de la primitiva población española, se fueran acomodando preferentemente en las cercanías del río, considerado como fuente de progreso y bienestar para, desde ese asentamiento, ir irradiando y posteriormente realizando otras construcciones por ambas laderas, a las que fueron nombrando con apelativos que, en algún modo, tenían cierta relación, con la distancia que los separaba de su primera residencia o con la configuración del lugar donde se fueron formando.

    Así fueron surgiendo los pueblos actuales, graciosamente diseminados por las laderas del valle, junto con verdes prados, fértiles huertas, tierras de labor y variado boscaje de árboles maderables, como robles, hayas, fresnos, abedules, etc. y otros frutales, no menos conocidos, como el manzano, peral, cerezo, avellano, castaño, por mencionar alguno de los que con “felechu” y diversos componentes de matorral constituyen la variada flora de nuestra parroquia, típicamente astur, que en un conjunto multicolor proporciona al visitante la sorpresiva y agradable visión de pintorescos rincones con acogedores espacios de frondoso y vitalizador arbolado.

    El entorno de la parte alta de La Cruz, El Praón, Rio Cerezal, la Rebollá o Veró, por nombrar algunos; las praderías que circundan la casi totalidad de los pueblos, desde los más bajos, hasta Los Caleyos, situado en la parte alta del territorio; los espaciosos valles, que se inician en Solavega, tanto el que termina en Les Llamargues , debajo de La Colladiella, como el del Valle les Fuentes, que lo hace en Les Maeres, a la sombra del Tres Concejos, o el acogedor y abierto de La Cerezal; miradores naturales como La Forniella, La Polaúra, El Encantamientu, La Ceceal, La Pica, La Arquera, El Texíu, El Lubiu, Tretu, La Muezca, La Vara, o el picu La Bobia, son lugares que proporcionan maravillosas vistas de belleza inusual en nuestro paisaje.

    A pesar de tanto atractivo y del avance tecnológico, ya mencionado, que hoy nos toca vivir, gran parte de nuestro suelo, tan querido por todos, y siempre recordado por los que por diferentes circunstancias, vivimos fuera de él, se va deteriorando progresivamente.

    Las sendas y caminos de acceso a las diferentes propiedades se van haciendo intransitables. Muchos de los que hoy nos reunimos aquí tenemos aún fresco el recuerdo de carros que se utilizaban para el traslado de todo tipo de materiales, abono a las fincas o arrastre de la hierba, que hoy prácticamente ya no se usan por la obstrucción o taponamiento de tales espacios de tránsito, pasando el carro a ser algo así como una pieza de museo, que apurando un poco no vieron nunca muchos niños de hoy.

    En la actualidad es más fácil encontrar alguno de sus principales componentes: ruedas o “silláu”, en cualquier mesón, lagar o cierre ornamental, que en su antiguo lugar de ubicación, por lo general debajo de algún hórreo, como ellos en trance de desaparición.

    Antes tal era su uso, que desde mi pueblo de Veró, o Corral de Bayeto, era habitual ver aparecer por La Polaúra, el carro del tío Vicente Carcedo, del Río Cerezal, que traía la hierba desde el Prau Llargu hasta su pueblo; o el de Urbano, de Veró; Paulino, José “El Vivo”, o Secundo, por nombrar alguno de la Rebollá, que lo bajaban de las antes cuidadas praderías del Valle les Fuentes y Les Galleres; el de Baltasar y tíu Lin, de la Seca del Agua, que lo transportaban desde el Prau la Peña o la Fuente la Vieya y bastantes más en diferentes lugares de la parroquia.

    Asímismo, también se usaba “el rastru” o “forcáu”; más sencillo y fácil de construir, pero igualmente práctico, como lo atestiguaban con su uso el tío Tomás, de Veró; la familia de la tía Ludivina, de Les Argayaes; el tío Antón, de la Cabornia, y tantos y tantos más.

    Usando igualmente todos ellos, para diversas labores, como las de sementera: cuchar, terrar, etc. la polivalente y utilitaria “carreña”, ahora también casi desaparecida.

    Esta etapa del carro dejó paso a los vehículos de motor, cuyo inicio se puede considerar reciente, como lo prueba el hecho de que, no hace mucho, sólo estaba en Sotrondio como taxista, el “Navetu”, por cierto con gran fama de seguridad. Claro que, además de ser buen conductor, a pocos kilómetros por hora y con toda la carretera para él, era casi imposible tener accidentes.

    Pues aunque parezca un contrasentido, la llegada de éstos, con su comodidad y rapidez, coincidió con un creciente abandono del campo, ocasionado principalmente por la marcha de muchos vecinos de la parroquia, a otros lugares de la región, buscando mejores horizontes de vida, propiciando con ello una notoria decadencia en nuestra agricultura, que lentamente fue cubriendo, como con un tupido manto, la llamativa panorámica que se contemplaba en tiempos atrás, de las vegas y terrenos totalmente aprovechados con diferentes plantaciones que, en cualquier estación del año, anunciaban los productos propios de cada una.

    Ahora ya no vemos las vegas de maíz que había en la época estival; ni “les segaretes” del verano; ni el andar a la “yerba” por estas fiestas del Pote; ni el subir a “catar” al monte con un “sacu de pación” a la espalda; ni la estampa otoñal de las tierras enteras cubiertas con “tuques de narvasu”; ni las alegres “esfoyazas” con la abundante “garulla de nueces, ablanes y castañes”, que los dueños de la casa ofrecían al final; ni el amanecer en los “castañeos” a la “gueta”; ni el demer, encuerriar y esbillar “les castañes”, para el amagüestu, afarolar o el “sardu”; ni los bailes domingueros al aire libre, ni las entretenidas reuniones de los fríos días de invierno.

    Ninguna, ninguna de tales vivencias se puede contemplar hoy. Pero nos queda el consuelo del sentir general de que la vida ahora es de un nivel superior, de que vaya tiempos tan malos aquellos, de que, aun contrariando el sentir del poeta, cualquier tiempo pasado no es mejor.

    Toda esa realidad, aun sin querer, se siente, se percibe y se palpa; lo mismo que el reciente cierre del Pozo Cerezal, como último eslabón residual del floreciente desarrollo minero, que tuvimos en tiempo no muy lejano, con la aún fresca visión, que ya nos resultaba casi familiar, de las máquinas eléctricas, que arrastraban el carbón desde Calices y el Prau Molín, al lavadero, entre las que destacaba la “máquina grande”, por el tamaño y potencia que tenía, superior a las demás, con sus maquinistas habituales, Vicente “Meruca” y Onofre; o de los cables que cruzaban la cuesta de La Estaca, a través de los cuales se traía el carbón de la Mina Maria Luisa, del Praón; o el que se extendía desde el Prau Soldáu hasta la torba de Calices, que transportaba lo del propio Prau Soldáu y Les Sabarés; y el de la Sierra Cabañina, que bajaba lo de la mina de ese lugar, hasta el Collado Escobal.

    También la de los planos, como el que había para bajar el carbón del “Cuetu Quemáu”, al travesal de la Fuente ; o el de “Les Sabarés”, el del “terceru”, el “quintu”, “novenu” y del Socabón, que, unido a las manchas oscuras de las escombreras, salpicaban como con orlas grisáceas el brillante verdor de nuestros parajes.

    Es curioso contrastar que, el gran escritor de Entralgo, don Armando Palacio Valdés considerase a la aldea perdida por el inicio de explotación de las minas, y ahora nosotros también la consideramos así, pero justamente por lo contrario, por terminar esas explotaciones.

    Tal situación nos hace ver que todo, todo quedó bajo ese tupido manto que propicia un incierto futuro de pervivencia parroquial, si no aparecen, sin demora, las anunciadas y repetidas industrias alternativas de empleo.

    Últimamente parece apreciarse un mínimo movimiento de vuelta al pasado. Se vuelven a cultivar algunas tierras, y a recoger también algunos frutos, pero es todavía un movimiento insignificante e insuficiente, que no obstante hace aparecer un débil rayo de esperanza en el resurgir general, porque en esta tierra nuestra, aunque reducida en superficie, hay variedad de personas, que ponen muy alto nuestro pabellón, tanto en la faceta intelectual, como manual y humana.

    Sólo a título orientador y sin personalizar, se puede decir que aquí vieron su primera luz brillantes graduados universitarios y consecuentes profesionales, como: Abogados, ingenieros, médicos, licenciados en diferentes ramas del saber, peritos en variadas especialidades, capataces y vigilantes mineros, sacerdotes, practicantes, profesores en diferentes niveles educativos, industriales, administrativos, constructores y otros más, que harían muy amplia una relación nominal de los mismos; todos los cuales alcanzaron tales metas, sin otros medios que su esfuerzo personal; ya que, económicamente, las posibilidades que tenían eran siempre muy escasas.

    No se puede por ello decir que Santa Bárbara estuviera huérfana de estas y otras gentes de gran valía, porque es tan amplia la relación de las mismas, que se pueden encontrar auténticos representantes en cualquier faceta humana que se pretenda considerar.

    No sólo complace la evocación de personas, muy queridas, que por su notoriedad a causa de su situación o forma especial de ser, fueron reseñadas aquí, en otros pregones, como Gelo la Paré, Xuacu Veró, Pachín Maimule de Seca del Agua, etc., sino que agrada igualmente el recuerdo de los que eran capaces de llenar con su sola presencia, en forma distendida y alegre, cualquier reunión, tertulia o lugar de trabajo, como era el caso, entre otros, del tío Tomás, de Veró; Ricardo Cuello, el “Curtido”, de Los Caleyos; Amalio Llaneza, de La Llaera; Silvino Suárez, “Cariñón”, de La Caya; o Fredo el de Genia que, con su amplia colección de variados rompecabezas, tenía como principal objetivo, poner en evidencia la capacidad intelectual de importantes personajes sotrondinos, y a fe que lo conseguía, no pocas veces, cuando con ese propósito, aparecía por el Café de Colasín o la Confitería de Xuacu, en las horas de más concurrencia del día.

    Por esas cualidades, a parroquianos así, los definía muy bien Florón de la Rebollá, cuando decía al referirse a personas de tales características: “Esos son hombres muy afayaízos”, y ya supondréis el buen sentido de halago, que con ello quería expresar.

    Tal consideración se podría aplicar, por analogía, a aquellos que con expresiones propias, de lógica apabullante, que seguro pasarán a generaciones venideras, ponían de manifiesto el ingenio encantador que los caracterizaba.

    De entre ellas, es posible que se tarde en olvidar la que pronunciaba Aurelio Rebollal, del Escaecima, siempre que alguien presumía de haber alcanzado algo que a él le parecía no responder a la realidad, sin inmutarse decía: “Bueno, bueno, eso al cocer mengua”, siendo lo curioso que casi siempre acertaba cuando se expresaba así.

    O la que solía decir José Ordiz, “El Mello”, de La Pedrera, cuando le solían preguntar cómo había que hacer un determinado trabajo, sin pensarlo dos veces solía responder: “Failo como quieras, estando bien, de cualquier manera que sea”, con lo que aseguraba no fallar nunca en sus atinados mandatos.

    No dejará tampoco de llamar siempre la atención el consejo que ofrecía Manuel Rozada, “El Pinchu”, de la Paré, sobre la forma en que el marido debe de tratar a su consorte, cuando manifestaba así: “Aunque paezca mentira, pa que te aprecie de verdá, a la muyer hay que querella, ofrecella y non dalla, comer y dormir con ella, y al mismu tiempu faltalla, antes que mos falte ella”. Y aún lo completaba diciendo: “Home pa que to esto salga bien, hay que adobalo con alguna otra cariciuca”.

    Nunca faltó tampoco la chispa y gracejo que demostraban personas, realmente queridas, como Ángel Llaneza, “Varilichi”, del Escobal, con narraciones como la que hacía referencia a la pérdida de su reloj, sintiendo su tic, tac, varios días después mientras cataba, localizándolo en una caza de la vaca y justificando el no haberse parado, porque al andar, ella misma le daba cuerda.

    Ni escaseó la campechanía de muchos, como la de José González, “Pepe el Cuadrero”, de La Cruz, generalmente apreciado, que atraía la atención, por el uso que hacía, en sus desplazamientos, de una “xarré”, que para entonces era como el mejor coche de hoy.

    Ni la innata elocuencia que atesoraban personas como Pachín de Sidora, puesta de manifiesto en diferentes mítines, que siempre iniciaba diciendo: “Como sabréis y comprenderéis, allá por Amsterdam y por la lejana Inglaterra, capital Londres...”, con lo que cautivaba de inmediato la atención del auditorio, que era lo que en principio se proponía conseguir.

    Ni la socarronería bautismal de algunos, como Faustino Bernardo “Fausto Pixota”, que se prestaba como nadie para poner los apodos más adecuados a todo el que fuese menester, siendo en general deportivamente aceptados, e incluso, reconocido su padrinazgo en alguna ocasión.

    Ni la representativa personalidad, capacidad profesional y condición humana de otros, como: “Ángel Orviz, de Perabeles; José, el “Llargu”, de Veró; Manuel de Pachu y su hijo Manolo el capataz, de la Rebollá; Quico “Mayáu”, Quelino “Cabañes”, Vicente “Corralón”; o Cándido el “Xastrín”, del Escobal, por citar alguno de los que en conjunto formarían verdadera legión de distinguidos parroquianos.

    Todos, con su particular aportación, contribuyeron a dejarnos una parroquia ciertamente considerada, cuya trayectoria continuará, a buen seguro, la actual generación, ya que en el presente, no son pocas las personas de relieve y entrega a labores comunitarias, en línea de constante preocupación y ocupación por asuntos parroquiales, que no es necesario mencionar porque siendo, como es, incuestionable la frase de que: “Por sus obras los conoceréis”, en este sentido son sobradamente conocidos por todos.

    Al que sí quiero citar, por su condición de decano o abuelo de la parroquia, es a Paulino Roces, “Paulino el Cesteru”, de La Cerezal, hombre con una memoria tan infrecuente que, aún hoy superados con largueza los noventa años, es como una enciclopedia del saber, en lo referente a los árboles genealógicos de familias parroquiales.

    Desde luego, no se puede pensar que, con la calidad profesional y humana de tantos hijos de la parroquia, ésta se nos deteriore; porque como decía, en cierta ocasión, Joaquín Rozada “El de Pepina”, del Escobal: “con buenos cuestros, non puede haber malos cestos”, siendo, por similitud, esta certera afirmación, la que nos puede permitir ver con alguna esperanza, el futuro de la misma.

    Esperanza basada también en la trayectoria de la gente joven parroquial, espléndidamente representada en la reina y damas de honor, aquí presentes, que en el año actual presidirán las fiestas y a las que con orgullo rendimos vasallaje de pleitesía y admiración, no solo por su encanto personal, claramente apreciable, sino por ser fiel reflejo de nuestra juventud, galana y trabajadora, entusiasta y extrovertida, con gran espíritu de superación y capaz de traer por la calle de la amargura al tenorio más encopetado.

    En la actualidad, aunque inquieta por ver luz en el umbroso horizonte de su porvenir, continúa manifestándose como protagonista principal de la romería, a pesar de que en los días festivos, haya abandonado la forma de diversión de la juventud que la precedió, trasladándose ahora, a otros lugares de afuera, con ambiente diferente al que había aquí en tiempo pasado.

    En aquellas épocas, o mejor desde siempre, la mocedad ya demostraba su tendencia al jolgorio y buena diversión, formando animados bailes y folixeros festejos, en diferentes lugares parroquianos.

    Por ser no muy lejanos, aún se recuerdan alegres bailes dominicales en La Cerezal, Collado Escobal, Escobal y La Cruz, por citar algunos; animados con la música de un tocadiscos o “farámpanu”, como le solíamos llamar, y que era el boom de aquellos años; y en otros anteriores, el llamativo son de la pandereta, la “cordión” o la gaita y repicar de las castañuelas, era motivo suficiente para formar animado y bullicioso “xareu”, como sucedía en el Cantu la Riega, con esa música que propiciaba María, de la Secalagua, y Severo Montes, del Rezaleru; o en el Cantu el Riocerezal, en donde uno de los animadores era Crisanto, redoblando su tambor; o los muy animados que se formaban siempre, después de las misas solemnes de festividades importantes en el mismo patio de la Iglesia, donde nunca dejaban de poner a prueba sus habilidades, bailarines de tanta soltura, como eran Benigno, del Río Cerezal, Pachu, el de Herminia, la Rebollá; Ángeles la de Mersinda, Perabeles; Arsenia, de Ledráu, Jamina, del Rio Cerezal, etc. y así en otros similares, ya que la inclinación a la fiesta es, con la hospitalidad y laboriosidad, condición innata en nuestras gentes.

    Por esta propensión, siempre hubo en nuestra tierra entusiastas jóvenes, que en el tiempo libre de sus ocupaciones no regatearon esfuerzo en revitalizar nuestras esencias musicales. Como muestra:

¿Quién no se acuerda, de los que hoy peinamos canas, de la Agrupación Musical, compuesta por Avelino González, “Grilla”; Tarsicio González, “Narón”, ambos de Perabeles; José Rozada, “Chepe”, de Veró; Secundino Álvarez “Moreno”, de La Casuca, y Angelín de la Llaera, de los años cuarenta?

    ¿Quién no conoció u oyó hablar de la renombrada orquesta, primero, y “Melodía”, después? Desde un principio estuvo formada por destacados entusiastas componentes de nuestro terruño, sabiamente dirigidos por el ya desaparecido Dimas García “Castilla”, de Sotrondio y con la que pasearon el nombre de nuestra parroquia, por muchos lugares de la provincia, respetando merecida admiración, con aquel inolvidable vocalista que era Secundino González “Cundo Caleru”, una de las mejores voces melódicas de todo el valle del Nalón.

    ¡Cuántas veladas de concurridos bailes, amenizó aquella orquesta, en este lugar, en que ahora nos encontramos, nominado entonces como “Roal”, nombre que procedía de Rozada-Alperi, (primera sílaba del segundo apellido de sus dueños Aurelio y Amor), y a las que asistía juventud, no sólo de aquí, sino de varios kilómetros a la redonda!

    No es posible olvidarse, en este apartado musical, de la canción asturiana.

Refieren los entendidos que el aire de la montaña propicia su práctica, porque oxigena bien los pulmones y afina el “gargüelu”. Así lo expresa la estrofa que dice:

Donde hay montaña, hay cantares;

donde hay cantares, garganta;

donde hay garganta, canciones

de la tonada asturiana.

    Y no cabe duda que debe ser así, ya que en este recinto montañoso, siempre contamos con grandes intérpretes de nuestra canción regional, cuya práctica nunca decayó en romerías, bares y toda clase de festejos y festivales, lográndose incluso títulos de gran relevancia, como los conseguidos por Gerardo Orviz, triunfador, entre otros concursos, si no me equivoco, del que con carácter provincial tuvo lugar en Sotrondio en 1960 y en los que con el pomposo título de “Rumbo a la Gloria”, se celebraron en Oviedo en 1958 y 1959. Y varios más que no desmerecen lo más mínimo, entre acreditados solistas de la tierra, que suelen alternar la canción con el trabajo y a veces con el deporte.

    Precisamente con referencia a este último aspecto, se puede decir que como en la recomendación final de la historieta de don Cayetano, que dice:....”haz deporte que es muy sano, o por lo menos camina”, dada la configuración de este terreno, caminar sí caminamos, en ocasiones más por necesidad que por gusto o gana, pero lo que es en deporte, actualmente, somos muy deficitarios, nos encontramos en horas bajas, aunque no hace mucho teníamos un más que aceptable nivel.

    En tiempo todavía cercano, se constituyó, llegando a federarse y participar en campeonato oficial, el Santa Bárbara Club de Fútbol, pero por causas, que no es necesario recordar, se deshizo, cuando parecía que, tanto por el entusiasmo de sus jugadores, como por la afición que había despertado, no acabaría con tan efímera existencia, por constituirse con el precedente del entusiasmo que levantaron enconados partidos, de grato recuerdo, entre equipos de La Rebollá, el Escobal, Perabeles y La Cruz; disputados, casi siempre, en los terrenos de La Llera o Solavega, en términos de Les Argayaes, o en el Prau Llamargu, de La Rebollá, en donde Luis, del Río Cerezal, destacaba como un rápido y escurridizo extremo, a lo Gento, y Maximino Rozada, “Ximino el de Duardo”, de la Rebollá, como el centrocampista que mejor se desenvolvía en el barrizal, que en ocasiones, presentaba una buena parte del “prau”.

    Otra faceta deportiva, que ya apenas se practica, y que llegó a alcanzar gran auge, es la de los bolos.

    En época no muy lejana, contábamos con cerca de diez boleras, ubicadas en La Cruz, Perabeles, y Collado Escobal principalmente, en las que se practicaba a diario la bella modalidad de la cuatreada, con jugadores de contrastada categoría como Juan González Orviz, “Juanín el de Mercedes”, que llegó a ser campeón de España, y al lado de él, no desmerecerían varios más, como Gaudioso Orviz, “Gau el de la Granxa”, el también malogrado José Antonio Cuello, “Toño el de Leo”, como Juanín, también de Collado Escobal, junto con otros excelentes jugadores de este último pueblo, Perabeles y La Cruz que, con gran efecto y atinado pulso, supieron actualizar este bello deporte en la parroquia.

    Lástima que hoy haya sido casi abandonada su práctica, con la desaparición de tales boleras. Incluso la cubierta, sita en Perabeles, construida y financiada por un entusiasta grupo de aficionados, sólo se utiliza alguna que otra vez, y con ocasión de estas fiestas. Por ello, desde la añoranza de ese pasado y de esta presente realidad, cabría preguntar: ¿Sería posible volver al ayer?

    Tantas cosas, tantas actuaciones de diferente índole, tantos recuerdos, tantos hechos, tantos personajes y tantas anécdotas de nuestra querida Santa Bárbara y de nuestra fiesta del “Pote” tuvieron lugar, que de comentarles, harían interminable un acto como el que nos ocupa.

    Al no poder ser así, ya concluyo, deseando que Santa Bárbara y los festejos de San Bartolomé continúen y mejoren, si es posible, su trayectoria de superación.

    Con trabajo y sacrificio, sí; con continuada dedicación, también; pero, con la sana alegría de siempre, con el buen humor de siempre, con el ánimo festeril de siempre, que ahora en el umbral de estas fiestas del “Pote”, anhelo de corazón, sean motivo de una sana expansión para todos, y de unos días de solaz esparcimiento, que sirvan como un revulsivo revitalizador, que nos dé ánimo, para continuar después en el camino de prosperidad y resurgimiento de nuestra querida parroquia, de sus gentes y de nuestra romería.

    Mis mejores deseos a todos en estas fiestas y, con ellos, expresaros mi agradecimiento, por la amabilidad de haberme prestado vuestra atención estos momentos.