PREGÓN DE LA FIESTA’L POTE AÑU 1999
por
Abel Camblor Ordiz
Representantes de la Comisión de Festejos me han encargado la tarea de realizar el pregón de las Fiestas del Pote(en honor de San Bartolomé) de este año de 1999 y, aunque me siento muy orgulloso por ello, la verdad no sé ni cómo comenzar. Me pongo delante del papel y la mente se queda en blanco; la mano agarrotada en el lápiz, que más que lápiz se me parece como mango de fesoria, pero deseosa de deslizarse ligera componiendo tan hermosas frases que hasta el propio Cervantes tendría envidia. Pero nada. Ni una letra.
Tendrían que haber encomendado tal menester a mi cuñado Dionisio el de La Cerezal, nieto de Laurianín. Seguro que os sorprendía con un pregón ameno y lleno de ingenio, escrito ya en prosa o en verso, y aderezado además con una gran actuación que ni el propio Arturo Fernández superaría.
Como algo hay que hacer y para ver si salgo del atolladero, consulto de forma algo ansiosa, lo reconozco, los pregones de años anteriores que los miembros de la Comisión de Festejos, previsores ellos, habían puesto a mi disposición. Con horror e indignación compruebo que todos y cada uno de los anteriores pregoneros me han copiado todas y cada una de las ideas que yo tenía medio desarrolladas (sólo me faltaban cuatro toques de estilo, alguna cita aquí y allá y pregón hecho).
Por otra parte, y siendo sincero, después de calmados los nervios que tal contrariedad me habían producido y de una lectura reposada de los mismos, tengo que reconocer mis limitaciones en comparación con sus autores, ya que no atesoro ni la erudición de este, ni el dominio de los idiomas (el nuestro y el otro) de aquel, ni la memoria de ninguno de ellos.
Además hay una dificultad añadida, una carencia por mi parte: uno no es de letras y, la verdad, el poner palabras unas detrás de otras y que tengan algún sentido, que expresen lo que uno quiere transmitir, especialmente cuando son sentimientos, vivencias, recuerdos… no es tan fácil como en principio pueda parecer. Es más: en mi caso es una tarea casi imposible de realizar.
Como os decía, el papel sigue inmaculado y hay que empezar a escribir, y por fin tengo la gran idea, la gran inspiración. Me pregunto a mí mismo cómo no se me había ocurrido antes: empezar presentándome ante vosotros. (Es de buena educación y eso no nos falta en esta parroquia):
Soy nacido en Santa Bárbara, a primeros de los cincuenta, en el pueblo de La Rebollada; aunque también puedo presumir que una mitad pertenece a La Zorea, en La Cerezal.
Para los que por su juventud, por ser foráneos o que por cualquier otra razón no lo conozcan, decirles que La Rebollada es un pueblo hermoso, como todos los de la parroquia, pero que si en algo destaca sobre los demás es por ser el más "soleyero", junto con La Potoxa, de todo el valle.
De La Cerezal, qué voy a decir que no haya sido mencionado: abierto, cerca del cielo, rico…
Quizás debería continuar resaltando personajes, costumbres o historia de nuestra parroquia. Alabar su belleza, su flora, su fauna. Destacar este o el otro rincón. Pero, ¿cómo tener tamaña osadía? ¿Cómo atreverme si ya está hecho y además muy bien?
Así que sólo os manifestaré mis recuerdos, mis sensaciones actuales de aquellas épocas pretéritas que fueron, para mí y los de mi edad, la infancia y juventud.
Vivas están las imágenes de la escuela en Casa de Secundo el de Aurora, con sus maestras que, en el caso de La Rebollada, se tenían que hospedar en casas particulares al carecer de vivienda propia. Una curiosidad: ¿por qué fueron siempre maestras y no maestros? Aquí me vais a permitir que tenga un recuerdo entrañable para Lúrsito que, por circunstancias que no recuerdo muy bien, se ocupó de los que en aquellos años éramos escolares, transmitiéndonos todo su saber durante un tiempo que aunque corto no fue por ello menos fructífero. Permitidme también mi recuerdo y agradecimiento para la maestra Dª Laureana, de Soto de Agues, la cual nos mostró el abanico de posibilidades de formación existentes en aquella época oscura.
Aprender a leer y a escribir, el Rayas, el Parvulito, la Enciclopedia Álvarez y las reglas de tres, las tardes de otoño leyendo por turno, de pie, en círculo, con el sol mortecino, un libro de la minúscula biblioteca (si así se podía llamar) cuyo título desconozco.
Recuerdo la leche en polvo que nos obligaban a tomar a la vez que un pastoso ¿queso?, que supongo proveniente de alguna ayuda americana; los golpes de regla sobre las uñas o las palmas de las manos. Golpes que siempre recibíamos unos más que otros. ¿Por qué sería?
Recuerdos de los inviernos fríos con sus días cortos, el barro, las madreñas, los chanclos como lujo efímero por su corta duración, "les xelaúres", el san Martín y el fuego para la cura de chorizos, sabadiegos, morcillas y "xuanes".
Recuerdo el transcurrir de los días que crecían paulatinamente, indicando que había que preparar la tierra para la siembra, limpiar prados y sebes, prepararse para la yerba. El verano.
Es precisamente en esta estación donde los recuerdos son más agradables. Con sus días grandes, árboles generosos en sus frutos (la única vitamina C que tomábamos en todo el año), excursiones a la Campa Tretu, la yerba que afanosamente se recogía con fecha de caducidad: La Fiesta del Pote, San Bartolomé.
Más hondo aún si cabe, surgen recuerdos de las gentes. Paisanos que cerraban tratos con un apretón de manos, que se unían para realizar trabajos para el bien común, su diario bajar a la mina, las huelgas reivindicando una dignidad hacía años arrebatada, el vestirse por los pies, el orgullo de lo nuestro. Y como expresión última de todo ello la Fiesta del Pote.
En mis recuerdos, el Pote era una fiesta importante como Navidad. Las familias se reunían, se volvían a encontrar alrededor de una comida y de una fiesta. Los hombres y mujeres de la parroquia dejaban sus pueblos, y tal como ahora hacemos, venían a este prado con sus tarteras repletas de manjares y se permitían, aunque sólo fuese una vez al año, vivir sólo para la fiesta, el baile, el charlar con el conocido, compadre, compañero o amigo. Eso sí, vigilados por la Guardia Civil.
Para nosotros, guajes de entonces, la Fiesta del Pote era luz, casetas de tiro al blanco, subirse a las lanchas, chigres donde se bebía, se charlaba mientras se escuchaba el tambor y la gaita. Fiestas donde, con el bigote incipiente y flequillos rayanos en lo indecoroso para aquel tiempo, nos estrenamos en nuestro primer baile a lo agarrado; las primeras miradas a aquellas que nos aceleraban el corazón. Fiestas integradas en un entorno natural, pero que en términos de hoy día calificarían de subdesarrollado: sin comunicaciones de ningún tipo, con un sistema educativo primario, sin otro objetivo para sus gentes que repetir lo que habían hecho sus antecesores. El trabajo en la mina.
Y de pronto el desarrollo, el aumento del nivel de vida, la televisión, las becas del PIO (Patronato de Igualdad de Oportunidades), posibilidades de prepararse en otros campos distintos al de la mina. Sacrificios de las familias para conseguir tal fin. Y con ello la diáspora, el adiós cordera del novelista, el desarraigo doloroso pero cada vez mayor, el cortar poco a poco los vínculos que nos mantenían en contacto con nuestros orígenes, con nuestra familia, con nuestros amigos. Y en el transcurso de los años, con las ambiciones cumplidas o frustradas, triunfadores o derrotados, la añoranza de los tiempos primigenios, de recuperar nuestras vivencias, del reencuentro, de la vuelta a las raíces. Y el mejor camino para ello, la mejor excusa era, es y espero que siga siendo la Fiesta del Pote.
Fiesta que sigue aquí gracias a los que se quedaron, a los que no abandonaron esta parroquia, a los que por amor a sus orígenes lucharon y luchan con tesón para que nuestras referencias no se pierdan, para que los demás podamos volver a reencontrarnos con lo nuestro, con los nuestros, con vosotros. Y el mejor estandarte que podían haber elegido es este: La Fiesta del Pote.
En la actualidad, días sin grandes ideales, sin referencias claras, sin faros que seguir, días de uniformidad, de, como dirían los modernos, aldea global, de Internet, de pensamiento único, de lo políticamente correcto, es cuando se hace indispensable el tener referencias propias: cultura, costumbres, lengua, forma de ser. Características que nos distingan de los demás, que nos sirvan para saber quiénes somos, para no ser uniformes, para tener cierta estabilidad, algo a lo que agarrarnos cuando las cosas vienen mal dadas. Esa referencia para nosotros, para los de Santa Bárbara, debe ser, entre otras, la Fiesta del Pote. Mantenerla con sus tradiciones, sus costumbres. Que nos sirva de vínculo de cohesión para la realización de tareas de interés general para la parroquia y sus gentes. Que sirva de cordón umbilical entre nosotros aunque no vivamos ni trabajemos aquí.
Que reconozcamos en ella estemos donde estemos, que nos sirva para sentirnos orgullosos de nuestra procedencia, de nuestra forma de ser, de nuestros antepasados.
En fin, como podéis ver me he dejado llevar por la nostalgia, quizás sea la vejez, y esto se alarga y lo que es peor, el pregón sin hacer. De todas formas y como ya dijo alguien, lo breve cuanto más corto mejor. Así que voy finalizando.
Únicamente me permitiré un último recuerdo. En pregones anteriores siempre se rememora a personas que, por sus méritos sobresalientes de los demás, dieron relevancia y prestigio a esta parroquia. Homenajes todos ellos más que merecidos y a los cuales desde estas líneas me sumo. Pero hay otras personas, hombres y mujeres anónimos, sin estudios, escribiendo lo justo para poder firmar, conociendo sólo las cuatro reglas de cuentas (quizás alguna menos), que toda su vida, y nunca más cierto, trabajaron en la mina en jornadas agotadoras que completaban, por si era poco, con el trabajo de la tierra, y cuya única recompensa fue una buena silicosis o bronquitis crónica, cuando no la muerte prematura. De mujeres que hasta hace pocos años no sabían lo que eufemísticamente se conoce como bienes de consumo, con familia numerosa y que además tenían que trabajar en las mismas envidiables condiciones que los hombres.
A todas estas gentes, que no son nombradas nunca y que son la mayoría, que son los depositarios de los valores que nos son propios, a estos es a los que quiero dedicarles mi último recuerdo y mi agradecimiento porque lo que ellos fueron y son, es lo que nosotros somos y los que nos sigan serán.
Ya termino. Solamente un último ruego, una última orden (lo de mandar cómo nos gusta a todos): a disfrutar mientras el cuerpo aguante. A disfrutar del Pote. El martes será otro día y ya se verá cómo lo afrontamos.